martes, 3 de noviembre de 2009

Del Estado de Bienestar y la Corrupción

Oportuno y muy interesante artículo de Juan Perea en El Confidencial:

Decía el economista y filósofo escocés Adam Smith (1723-1790) que un mecanismo imperceptible consigue un orden natural y el equilibrio en la asignación de la riqueza de la economía de cualquier nación. A este dispositivo lo llamó mano invisible. Este padre de la economía política moderna también sentenció: "Para llevar un Estado desde el grado más bajo de la barbarie hasta la máxima opulencia hace falta poco más que paz, impuestos bajos y una administración razonable de la justicia". Se convirtió así en uno de los precursores del llamado ‘libertarismo’, doctrina que aboga por una minimización, e incluso la abolición, del papel del Estado en la economía.

La realidad demostró que el paraíso libertario limitaba su acceso a muy pocos y los derechos de muchos eran pisoteados sistemáticamente. Se olvidaba la máxima de Plauto (“Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit” o, en román paladino, lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro) recogida por Thomas Hobbes en su famoso aforismo “el hombre es el lobo del hombre”. Los recursos se acumulaban en manos de unos pocos y dejaban a la masa obrera sin recursos y con unas libertades que eran papel mojado.

El fracaso de estas tesis dio paso a un Estado intervencionista en distintos grados. En 1917 los soviets toman el poder en Rusia e instauran un sistema colectivista. El resultado es bien sabido. De nuevo, el Estado quedó en manos de unos pocos, los cuales, tras la desintegración de la URSS, se encuentran hoy entre las mayores fortunas del mundo. Al mismo tiempo, la mayoría del pueblo ruso sobrevive en unas condiciones relativamente miserables.

Al otro lado del muro, un Estado más crecido coexistía con la mano invisible, facilitando mediante subvenciones, programas sociales e inversión pública un mayor progreso para más personas hasta abarcar al conjunto de la ciudadanía. Todo ello financiado con impuestos. Se daba a luz al llamado ‘Estado del bienestar’ cuya gestión corresponde al gobierno elegido.

Curiosamente, a mayor crecimiento del Estado, más se encuentra éste en manos del gobierno. No sólo cuando el grupo político que toma su control dispone de mayoría absoluta en el parlamento (y con ello en el poder legislativo y en gran parte del judicial) sino también cuando puede acordar las superioridades necesarias con partidos minoritarios que venden su voto por un plato de lentejas (o de angulas, que para el caso es lo mismo), incluso traicionando los valores más tradicionales de quienes pactan o los programas bajo los que se presentaron para ser elegidos.

La pregunta sería, ¿quién controla a los gobiernos? Para responder, debemos analizar cómo es elegido el poder ejecutivo. El aparato desplegado por los partidos políticos para atraer votos requiere de enormes recursos que en su mayor parte son prestados por instituciones financieras. La deuda de aquellos con bancos y cajas no para de crecer. Creer en intereses espurios cuando se protege a estas empresas ante la crisis que han contribuido a crear no me parece descabellado. Las ayudas a la banca se asemejan a un beneficio social para los más poderosos.

Además, los candidatos deben hacer promesas que atraigan el interés de los electores. Entre éstas nunca falta el refuerzo de las redes de ayuda social y las subvenciones. Proponen amparar a algunos necesitados, pero la necesidad de votos convierte en permanentes redes que resultan en multitud de paniaguados crónicos. No se defiende al más débil (son numerosos los casos en que éstos quedan fuera de toda ayuda oficial), o mejor dicho bajo esta excusa se cobija a una cantidad ingente de vagos y aprovechados del sistema.

Por último, quienes se presentan a las elecciones son, en su mayoría, políticos profesionales. De este modo, se dificulta el acceso de la sociedad civil a los temas que más le conciernen. Difícilmente dispone alguien del tiempo requerido para gestionar los asuntos propios y los de la polis. Añadan a esto las incompatibilidades y el resultado es que la actividad política sólo permite que se encuentren ejerciéndola funcionarios que pueden pedir excedencias mientras comprueban si hacen carrera en ella. La actividad política de la gran mayoría empieza y termina el día de las elecciones. No niego que haya gente muy dispuesta a defender ideales a costa de grandes sacrificios, pero la realidad que nos rodea indica que tenemos una clase política con un 10% de idealistas y un 90% de necesitados. Necesitados de medrar en política y hacer uso y abuso del Estado, para luego (o al mismo tiempo como demuestran los graves, abundantes y recurrentes escándalos de corrupción) situarse en la empresa privada, casi siempre grande y relacionada con el Estado, con pingües beneficios.

Todo ello hace que los políticos se deban a las grandes corporaciones y actúen en defensa de las mismas como demuestran las ayudas que conceden. Si la banca ha asumido excesivos riesgos y sin el suficiente análisis, se debe en gran parte a que se sabe protegida por el Estado. Estas actuaciones volverán a repetirse. Total, pagamos todos. Mientras tratan de salvar unas pocas grandes empresas (algunas de las cuales caerán irremediablemente por la obsolescencia o la nula rentabilidad de sus productos), se arruina un enorme número de pequeños negocios que son la sangre de un sistema dinámico y que procura mayor libertad a sus ciudadanos. De esta crisis saldrá un mercado mucho más concentrado en menos oferentes, menos voluntad de emprender y más de acogerse a papá Estado.

La mano invisible no es ya la que definió Adam Smith. Es la mano de una oligarquía financiera e industrial (en nuestro país limitada a la construcción y los grupos mediáticos) que es la única capaz de hacer negocios con el Estado y manejarlo a su antojo. El resto, como ya vislumbró Smith, al margen de todo e ‘idiotizado’ debido a la rutina de sus labores y, hoy en día, a la economía de la subvención. La solución: educación en una cultura que haga pensar al individuo, que le haga cuestionarse la realidad que le rodea, que le capacite para aportar soluciones para el bien común. Educación para formar individuos más libres que respeten los derechos de los demás y el entorno, y contribuyan así a la libertad colectiva.

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