El descalabro en las urnas de la institución parlamentaria europea ha sido tan grande, tan difícil resulta cohonestar la realidad política -desvelada por la abstención- con la apariencia institucional, que los gobiernos de la UE no pueden escapar de la necesidad de salvar las apariencias, es decir, del deber de explicarlas para que no parezca empeño temerario seguir por el mismo camino. En lugar de la corrección reclamada por tantos europeístas que no han votado, la propaganda de Estados y medios de comunicación se dedica tan solo a guardar las apariencias, como si nada significativo contra ellas hubiera ocurrido. Los articulistas se contentan con decirnos lo obvio, o sea, por qué se vota en las elecciones nacionales y no en las europeas, sin cuestionar el objeto representado, los partidos y no los ciudadanos. Nadie parece consciente de que para guardar las apariencias hay que salvarlas previamente. Y lo que todos están tratando de salvar ahora no son las instituciones políticas europeas, sino el crédito de los gobiernos nacionales. Así como la impunidad de un crimen reclama la comisión de otro crimen mayor, el evidente fracaso del fraude electoral en Europa está pidiendo, en los países que no defraudan al elector, como el Reino Unido, una reforma del modo de elegir que acerque el engaño nacional al europeo. En eso consiste la propuesta del laborismo británico, con su proyecto de elección alternativa en varios distritos reunidos en una sola circunscripción.Como en los negocios simulados, en el Parlamento europeo se simula una realidad aparente, la libre representación de ciudadanos europeos, y se disimula una realidad profunda, la representación casi única de los partidos presentes en la Comisión y en el Consejo de Europa. Salvo que los jefes y aparatos de esos partidos fueran esquizofrénicos, no es imaginable que sus decisiones de gobierno y de legislación para Europa puedan ser diferentes o contrarias. La separación de poderes es una quimera cuando la acción política está atribuida en exclusiva a los partidos. El mismo partido gobernante y legislante no tiene distinta inteligencia ni distinta voluntad. El Parlamento desempeña de este modo la indecorosa función de mujer florero de la Comisión y del Consejo. No es posible salvar esta apariencia porque ella responde a un axioma o principio “a priori”, al imperativo presupuesto de que las instituciones europeas son democráticas. En alguna institución había de ponerse el signo de la democracia. Nada más apropiado ni más llamativo que poner esa flor exótica en el culo de Europa.
sábado, 13 de junio de 2009
Flor de Europa
Artículo de Antonio García-Trevijano en el Diario de la República Constitucional:
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