Publicado en El semanal digital No hay democracia si no hay separación de poderes ni auténtica mediación política. Es una vieja tesis de Antonio García-Trevijano, de gran potencialidad para el análisis histórico y actual. Es curioso. Prácticamente los mismos que en los años sesenta y setenta eran antimonárquicos porque el Príncipe era Don Juan Carlos, visto como heredero de Francisco Franco, son ahora monárquicos justo por lo mismo: porque el Rey es Don Juan Carlos. En la Transición, PSOE y PCE renunciaron a la república y el monarca suscitó en torno a sí y a la institución un consenso que acabó determinando el proceso. Entre los pocos del "entorno Platajunta" que mantuvieron sus posiciones al respecto figura Antonio García-Trevijano, que ha acabado siendo la referencia del republicanismo en España. En 1994, durante la crisis institucional del tardofelipismo que descubrió la corrupción en los tuétanos del sistema, su libro El discurso de la república llegó a ser para muchos una bandera de regeneración, y aún se recuerda la rebelde tarde-noche de su hacinada presentación, que agitó desde las ondas Antonio Herrero para ofrecer como resultado un acto memorable. Veinte años y mucha más corrupción después, cuando ninguno de los males entonces denunciados han hecho sino agravarse, Trevijano publica una obra distinta, de muchos quilates intelectuales y profunda filosofía política, que no aborda tanto el dilema monarquía-república hic et nunccomo el alcance de la idea republicana en cuanto organización del poder y de las relaciones del poder con los ciudadanos. Un 1789 torcido El primer tercio de la obra es una pequeña historia del 1789 francés, no exhaustiva (aunque el autor hace gala de su erudición sobre la época), pero sí orientada a descubrir el origen del lenguaje político actual, que nace de aquellos acontecimientos pero ya entonces pervirtió su sentido. ¿Por qué? Básicamente, porque se creó el mito de la toma de la Bastilla a modo de justificación por la Asamblea de los crímenes que la acompañaron. Ese mito hizo imposible el desarrollo pacífico de la Revolución, y propició con ello su "fracaso democrático" y el fracaso democrático de todos los regímenes que se remiten a ese momento fundacional, que son básicamente los europeos. Allí nació la idea de que el Estado es algo externo a la sociedad que se puede "tomar" para desde él manejar a esa misma sociedad. En ese sentido no hay diferencia sustancial entre el 14 de julio, el asalto bolchevique al Palacio de Invierno, la marcha sobre Roma fascista, la ocupación nazi del Reichstag... o la absorción por los partidos de toda la estructura política de la nación. Para Trevijano, la interpretación de los acontecimientos revolucionarios como un todo "fraguó el pensamiento político sobre la dicotomía Estado y Sociedad, como si entre esas categorías abstractas, oscuramente definidas por filósofos ideólogos, no pudieran existir cuerpos intermedios". En su opinión, el quicio de la política reside en la mediación y en la representación. Cuando ambas quedan anuladas porque, en la práctica, el ciudadano carece de la capacidad real de elegir a sus representantes (los eligen otros, los partidos, que fagocitan el Estado) como algo distinto a quien ejerce el poder, no puede hablarse en rigor de democracia (Trevijano excluye en buena medida los sistemas anglosajones, donde la relación elector-elegido sigue siendo directa). El cáncer de los partidos políticos Su Teoría Pura de la República trata de asegurar la continuidad de la Sociedad en el Estado mediante fórmulas de control real del poder: "La potencia de los partidos estatales no puede ser frenada por ningún poder social", sostiene, y de ahí que sean necesarios poderes políticos intermedios –desgrana lo que serían unos Consejos de Legislación, Justicia o Gobierno- que permitan la subsistencia operativa del poder constituyente como intermediario entre el Estado y la Nación. El valor de esta obra de Trevijano es doble. Por un lado, su revisión de la historia revolucionaria de 1789 es apasionante en la originalidad del planteamiento (descubre por ejemplo el papel del azar en el éxito de las iniciativas de mayor empuje, como la misma toma de la Bastilla o la marcha de las mujeres sobre París) y coherente como base crítica para analizar la evolución del pensamiento posterior. Por otro lado, está su valor como rebelión. Sus tesis políticas remontan a la filosofía de Leibniz y a la física pre-cuántica, y a los conceptos originarios del liberalismo decimonónico, deformados después por la agregación de una carga sentimental utilizada para la manipulación totalitaria. Romper ese vínculo emocional es parte del objetivo de estas páginas. En la medida en que se discutan dichos fundamentos, puede pues discutirse el fundamento de sus conclusiones. Ahora bien, lo que es indiscutible es la escasez de voces que denuncian la erradicación de democracia en los sistemas de partidos, y Trevijano es de las más notables. Las páginas de Teoría Pura de la República explican esa aparente paradoja: que sociedades que acuden periódicamente a las urnas y votan sin coacciones aparentes, en realidad aún desconocen el valor de la libertad política. Decirlo ya es un acto de rebeldía. Demostrarlo desde los postulados originarios a que dichos sistemas dicen remitirse, una aportación imprescindible para la constitución futura, si llega, de una república que –entendida como algo más que como forma de gobierno- tal vez podría paliar el mal denunciado.
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jueves, 20 de enero de 2011
La Teoría Pura de la República en El semanal digital
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