Han transcurrido ya tres años desde aquel infausto último trimestre de 2006, en el que nuestro universo cambió. De poco sirvieron los alegatos locales sobre un 'resfriadito' o una exageración intencionada de los enemigos del régimen. El sistema demostró su vulnerabilidad ante una clase política y financiera irracionalmente ambiciosa y capaz de manipular a su antojo los principales resortes de la economía, haciendo caer en su trampa a millones de ciudadanos cortos de criterio propio.
Tres años de impensable crueldad, nos han demostrado que sea cual sea el castigo social, los actores principales siguen en el mismo sitio y al frente del único modelo que saben gestionar. Un modelo que ha perfeccionado una burda imitación de la democracia y que está basado en evidentes formas de corrupción institucional y de servidumbre a intereses particulares.
Nada ha cambiado el presente de nuestro país, la gran masa electoral vive secuestrada por la ceguera y la mansedumbre que provocan los mensajes populistas del poder político y sus secuaces. Poderes que han comprobado una cosa terrible para todos nosotros: ya no hay riesgo de levantamientos populares ni militares; a esta población le vale todo. Vengan deudas, chapuzas, abusos e impuestos, somos de goma.
La cuestión es si estos tres años han traído alguna novedad reseñable. En lo político y social, nada nuevo, con dos partidos políticos, impecables cancerberos deteniendo cualquier opción que no les beneficie. Y en lo económico, la certeza de que nos hemos descolgado de la primera división y de que nuestras posibilidades de competir con éxito en un mercado global están seriamente amenazadas.
Sin embargo, la suma de lo que debemos dejar de hacer más lo que podríamos empezar, no rectifica el rumbo en una economía que necesitaba crecimientos superiores al 2% de PIB para generar empleo. De aquí a 10 años, aventuramos que el retroceso del sector inmobiliario, no puede cubrirse con el progreso de sectores alternativos. Por lo que el tamaño de país que podemos sostener con una economía como la que pueda resultar, es más parecido al de los 40 millones de habitantes del 2000 que al de los 46 millones actuales. Nuestra población potencialmente activa no daría para más. Esa situación afectará de manera importante a los flujos migratorios (negativos por fuerza a partir de ahora) y ralentizará el consumo y la recaudación de impuestos directos e indirectos.
En esa dinámica, algunos sectores sufrirán caídas profundas de actividad: agroalimentario tradicional, industria manufacturera básica, automoción, construcción y obras públicas en general, sanidad, educación y servicios relacionados con éstos. Y crecerán los sectores relativos a la sociedad del conocimiento: ingeniería de proyectos, marketing, Internet, software, mantenimiento, servicios personales y generales externalizados.
Los ciudadanos estamos ante una oportunidad única de refundar un modelo económico, pero es evidente que a nuestro grado de competitividad actual, el futuro le sienta como un tiro. Con nuestro modesto quehacer internacional, podemos aspirar a un escaso valor añadido y con sus moderadas compensaciones salariales. Paradójicamente, seguiremos sosteniendo con unos impuestos empobrecedores a una casta gobernante de lujo y capricho y a una administración sobredimensionada.
Nuestro retrato a 10 años será bien distinto. Un país que habrá ido de más a menos, incapaz de agarrarse al G-8 y en la pendiente abajo del G-20. Dejaremos de ser un país donde el optimismo y la formidable vida familiar que nos caracterizaba dejarán paso a una mayor austeridad personal, un descomunal esfuerzo por integrar a la población emigrante y una fe muy limitada en la clase política. Y lo que es más importante, se dará una terrible pérdida de identidad, propiciada por la tarea de sustituir valores democráticos universales por unos huecos postulados relativistas, que más que vertebrar la convivencia sirve para polarizar a la sociedad, dividiéndola y enfrentándola, sirviendo a intereses electorales y ruines propósitos sectarios.
Seremos muchos los que no encontremos acomodo en una economía de tan baja productividad y tengamos que tomar el camino de una emigración, no menesterosa como antaño, pero con un alto nivel de sacrificio personal y familiar. En todo caso un futuro incierto e imperfecto en el que no tienen razón de estar los mismos que se aprovecharon de nuestra desgracia.
Si piensa que el futuro nos puede deparar mejoras imprevistas con estos mismos ingredientes con los que caímos, hagánoslo saber, con sus propuestas elaboraremos como siempre nuestro Manifiesto Cívico.
sábado, 26 de septiembre de 2009
Futuro imperfecto
Artículo de Proyecto Cívico en El Confidencial: