Estimado Alberto-McCoy,
He estado tentado en numerosas ocasiones de mandarte esta carta pero no me he atrevido. Al final uno come de lo que come y bastante apretadas están las cosas como para encima poner en riesgo el puesto de trabajo. Si hoy me decido a hacerlo es para abrirte los ojos ante una realidad que, o bien no conoces o no quieres conocer. No sé tanto de ti como para saberlo. Has escrito recientemente sobre la necesidad de luchar contra el fraude como alternativa a subidas de impuestos. ¿Sabes qué? No va a ocurrir. No pueden hacerlo. ¿Y sabes por qué? Porque la Administración, al menos la mía, convive con las acciones fraudulentas hasta un punto tal que son parte inherente de su configuración. Romper con esta dinámica sería tirar piedras contra su tejado. Y no estoy hablando de quien se lo puede estar llevando crudo, que ni sé ni quiero saber aunque bastaría con mirar algunas sospechosas externalizaciones. Se trata de algo más sutil, un estado de tolerancia ante las irregularidades que pone los pelos de punta. Lo que sale a la luz pública es apenas la punta del iceberg. Te lo dice un servidor.
Trabajo desde hace años teóricamente promocionando empresas para mi región. Cuando llegué existía una estructura normal, un jefe por designación política y unos cuantos indios que desempeñábamos el trabajo del día a día. Una década después, ya hay más directores generales que funcionarios de primer nivel con todo lo que eso implica en términos de ineficiencias. Lo peor de todo es que han ido consolidando su puesto con independencia del signo del partido gobernante, convirtiéndose en una suerte de funcionarios privilegiados con contrato laboral. Al final de lo que se trata es de perpetuar favores. Hoy dejo a uno de los tuyos aquí para que mañana cuides a los míos allá. Cuando hay un cambio de gobierno, se hacen retoques de cara a la galería pero, al menos por lo que a mí respecta, la vida ha seguido igual, sin grandes cambios de “directivos”. Desgraciadamente.
En su día nos encargábamos de evaluar planes de negocio con objeto de determinar su viabilidad y la posibilidad de invertir fondos públicos en los mismos, a través fundamentalmente de avales y concesión de créditos blandos. Con el tiempo nos convertimos, contra nuestra voluntad, en un despacho de subvenciones donde lo más importante era la recomendación que acompañaba la propuesta más que la idea de inversión en sí. Ahora que no hay dinero ni para lo uno ni para la otro, somos meros recicladores de fondos. Lo que entra por un lado sale por el otro sin que varíen sustancialmente los destinatarios. Ya ni siquiera importa que el dinero vaya finalmente a la región o no. No hay pudor. Como ese empresario que se ha significado recientemente en los ataques contra el funcionariado y que lleva ya unos años viviendo del cuento… sin tener que rendir cuentas a casi nadie. ¡Si le estamos pagando la fiesta! En fin, mejor me callo.
Formalmente se llevan a cabo unas labores de inspección que no quedan en nada. Sería bueno que miraras el porcentaje de sanciones que finalmente se producen. De vez en cuando se elige una cabeza de turco para contentar a la galería. Es el peaje a abonar para que la rueda siga girando: reconocer grietas menores en la estructura para que los podridos pilares sigan en pie. Los que llevan a cabo estas tareas se han encontrado de todo, desde contabilidades que reconocían explícitamente su maquillaje a fin de conseguir los fondos regionales a los que aspiraban, a dinero que pasaba de una compañía a otra y de esta a una tercera, una cuarta o una quinta –siempre las mismas- con objeto de atribuirse una viabilidad vía ingresos que no se correspondía con la realidad. Facturas falsas cuya denuncia quedaba archivada en un cajón. A falta de pan, buenas son las auditoras externas para dotar de formalidad al paripé. Es lo que hay.
En fin. No te enredo más. Usa esto como te dé la gana. Solo quería abrirte los ojos. Espero, quiero creer, que no toda la Administración es así pero tengo mis dudas. Si nadie reacciona ante el clamor de que se reduzca el personal asignado a dedo en los distintos niveles del sistema, por algo será. Quien no ejecuta, otorga. Y mientras nosotros, los funcionarios de carrera, comiéndonos el marrón de las bajadas de sueldo y de la animadversión estereotipada. El día que decidamos morir matando, que se preparen algunos. Ya me van entrando ganas de dejar de amagar y dar con contundencia. De que tirar de la manta deje de ser un eufemismo.
Un funcionario cabreado.
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