Escribe Ignacio de la Torre, en El Confidencial
El traje del emperador no existía. El emperador estaba desnudo. Continuamente escucho relaciones entre este cuento y la economía española. Creo que es especialmente aplicable no a 2009, cuando todo el mundo ya observaba que el emperador no llevaba traje alguno, sino al periodo 1996-2007, en el que el bipartidista emperador se pavoneaba de su inexistente traje y sólo algunos avezados, como el genial Martin Wolf del Financial Times, denunciaban que el mandatario iba vergonzosamente desnudo. Las crisis suelen representar excelentes ocasiones para purgar excesos y realizar reformas. Para efectuar reformas hay que denunciar antes las hipocresías. Sirva este artículo, y la libertad de ideas que impera en este medio y entre sus lectores, para señalar a nivel personal unas cuantas.
Primera: La defensa que efectúan los sindicatos del sistema laboral actual. Dicho sistema condena al trabajador a tres clases sociales, la privilegiada, con contratos fijos, la servidumbre, con contratos temporales, y la de los intocables, en el paro. El sistema impide la movilidad entre clases, limita la productividad y cercena la competitividad, asegurándose que cada vez más personas engloban la servidumbre y los intocables. Una hipocresía muy solidaria para un sindicato.
Segunda: La política agraria común (PAC). Mediante subvenciones a los productos agrícolas europeos consume casi la mitad del presupuesto de la UE, a pesar de que la fuerza laboral representada en dicho sector no llega a un 5%. Las miserias llegan al punto de que se dedica más dinero en subvencionar el tabaco que a erradicar su consumo. Las subvenciones a la agricultura en los países ricos condenan a la miseria a millones de habitantes en los países pobres, lo que fomenta la emigración hacia los primeros. Muchos de esos emigrantes acaban trabajando en nuestro sector agrícola. Mayor despropósito e injusticia imposibles.
Tercera: La política energética española. No se permiten nuevas centrales nucleares, pero sí importar electricidad producida en centrales vecinas. La dependencia energética del gas y de un solo país (Argelia) es suicida. Las primas a las renovables, muy mejorables.
Cuarta: La afiliación obligatoria a cámaras de comercio es injusta, daña la competitividad y fomenta la ineficiencia.
Quinta: El sistema educativo español muere lentamente ante la hipocresía e inutilidad de diferentes partidos políticos. España sale cada vez peor en los informes de evaluación internacionales (PISA y rankings de Universidades como el de The Times), lo que está condenando en el futuro a una generación nueva de españoles. Lamentablemente semejante desastre no se arreglará en menos de otra generación.
Sexta: La financiación autonómica no está diseñada por un sistema de eficiencia ni de coste-beneficio, sino por un modelo político que prima el poder de los partidos bisagra y la compra de favores de barones políticos locales en los partidos grandes. Así, España es uno de los países más descentralizados del mundo y este proceso no ha desembocado en una mayor eficiencia del gasto público. Todo lo contrario.
Séptima: El sistema bancario, con la anuencia de auditores y regulador, que se niega a reconocer en sus balances las pérdidas provocadas por ruinosas inversiones crediticias efectuadas en préstamos a promotores. Por desgracia tantos meses se ha mantenido esta situación que se ha erosionado un aspecto clave en el sistema financiero: la confianza en los números.
Octava: El poder público, que exige a ciudadanos y empresas todo tipo de ajustes pero se niega a realizar el más mínimo sacrificio cuando éste afecta a “la casta”. Así, instituciones repletas de duplicidades (Diputaciones Provinciales) sin contenido efectivo alguno (Senado) o sin utilidad evidente (televisiones públicas) siguen existiendo financiadas por nuestros mayores impuestos.
Novena: La democracia española, que se basa en la ausencia de listas abiertas, provocando un sistema de democracia interna en los partidos que nada tiene que envidiar al del Partido Comunista chino. Esta situación degenera en que la clase política se acaba nutriendo de mediocridad, miedo y caciquismo, y cuando alcanza el poder sus emanaciones en el gobierno desprenden consecuente inutilidad.
Décima: La deuda pública española, central, autonómica y local, que sigue creciendo en proporciones enormes, y que tardará varias generaciones para que nuestros hijos, que no votaron a estos políticos, la paguen. ¿Se imaginan ustedes ganar 2.000 euros, gastar 3.000, y endeudarse cada mes por la diferencia para que la paguen sus hijos cuando crezcan? Suena descabellado, pero es lo que los políticos están haciendo con España.
¿Me ayudan a identificar más hipocresías?
¿Se les ocurren cómo desde la sociedad civil podemos influir para erradicarlas?
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